Ella poseía la sonrisa más bonita que había conocido en mi vida, justo entre los paréntesis que se le formaban a los lados de sus labios cada vez que lo hacía, y ella tenía
la mala costumbre de sonreír muy seguido, provocándome probablemente mis risas más
felices.
En
mínimas ocasiones dejaba ver alguna lagrima, salida desde un dolor inmenso, que
con el tiempo supo guardar sabiamente, pero que los recuerdos, cada tanto, le traían
para que no olvidara los aprendizajes de la vida, provocados por perdidas y por
personas totalmente inmerecidas de esas lagrimas, que yo veía caer milímetro a milímetro,
mientras mi mente, mi corazón y mi alma en increíble sincronía buscaban
cambiarlas por una sonrisa, esa que se formaba entre los paréntesis a cada lado
de sus labios.
Ya
sé que voy a pecar de poco original, pero no existe nada en el mundo que describa
mejor su cabello como la letra de esa canción que suelo escuchar, cuando dice, “Tu
pelo es el más negro de los pecados”, y con eso ya no tengo, no puedo y no debo
agregar más nada.
Mis
brazos nunca fueron obsesivos de los abrazos, pero a ella le debo el más lindo
abrazo que di en mi vida, como lo fue aquel que nos dimos cuando nos
reencontramos después de algunos años de no habernos visto, por esas cosas de
la vida que hacen que uno sin darse cuenta se aleje de seres queridos, hasta ya
ni siquiera saber cómo localizarlos, pero por quienes guardamos un recuerdo
hermoso en nuestro corazón.
Es
tan fácil enamorarse de ella, una mujer tan dulce, siempre de buen humor, por demás
solidaria con quienes la rodean, alguien a quien podes acudir, sin dudarlo, en
busca de dos oídos que te escuchen y, además, nunca le faltara una palabra de
aliento para restarle presos a la tristeza.
Yo
he sido testigo de ver como se rompían corazones que jamás podrían tenerla, con
tan solo que ella sonriera, si esa sonrisa que les conté, la que se le forma
entre los paréntesis a cada lado de sus labios. También me ha tocado ser
testigo de lo otro, de cómo aquellos que si llegaron a su corazón, ninguno supo
cuidar a una persona tan maravillosa, y sin embargo, ella sigue sonriendo; ¿les
conté que ella tiene la sonrisa más bonita del mundo?
Y
sí, tengo que reconocerlo, siempre después de verla, al menos por un rato, no podía
dejar de pensar en ella, hasta que un día, simplemente ya no pude dejar de
pensarla nunca más; y fue ahí, en ese preciso instante, que decidí que no iba a
permitirme perder una de mis amistades más hermosas, por culpa de un estúpido sentimiento.
Omar
Criador
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